Entra, ve y cree

 ¿Te ha sucedido que hay días en los que apoyas la cabeza en la almohada para descansar y las crisis parecen agudizarse? Los problemas ganan nuevas fuerzas, se apropian de tus pensamientos que intentan encontrar posibles soluciones y evocan emociones que te suprimen el sueño. 

En estos días me puse a pensar cómo habrán sido aquellas noches de viernes y sábado para los discípulos de Jesús luego de su muerte. ¡Qué noches más obscuras! Los imagino con sus rostros desconcertados, perplejos, temerosos, tristes. Se les derrumbaba el mundo. Seguramente habrán dormido poco, y cuando despertaban lo primero que recordaban era que Jesús ya no estaba. Había fallecido. Los soldados romanos lo habían castigado muchísimo, y había sufrido tanto en esa cruz. Al menos ahora ya descansa. Padeció lo indecible, ahora ya reposa.

Luego, reflexioné por un momento: ¿Qué sería de nosotras si ese viernes se hubiera extendido al sábado, después al domingo, lunes, martes, miércoles...una semana, dos semanas, tres meses, cuatro años, veinte años, un siglo, un milenio, etc.? ¿Qué si Jesús no hubiera resucitado? ¿Qué si todo hubiera terminado allí? ¿Qué si las mujeres hubieran ido a ungir el cuerpo, lo hubieran encontrado y hubieran regresado con su misión cumplida? No habría un Nuevo Testamento que leer, no tendríamos los Hechos de los apóstoles ni las cartas de Pablo.

¿Qué sería de la humanidad? ¿Qué esperanza de salvación tendríamos? ¿Qué hubiera sido de mí? ¿Dónde estaría hoy? ¿Cómo sería despertar y no saber que Él está conmigo?

Pienso que a veces olvidamos lo crucial de los hechos que conmemoramos en estos días. No existe algo que pueda compararse con lo que Jesús hizo hace dos mil años.

Puedes tener todo lo que deseas en esta tierra. El trabajo mejor remunerado y prestigioso del planeta, el esposo más devoto, amoroso, próspero y bien parecido; una mansión en la playa, una vida sin problemas, buena salud, familia unida, lo que se te ocurra, puedes agregar a la lista lo que sería la vida ideal para ti, pon en ella todo lo que sueñas por más utópico que sea. Fantasea con todo eso, visualiza como una película tu existencia con todo lo que deseas y luego piensa conmigo. Todo eso, pero sin la resurrección, ¿de qué serviría?

¿Qué saciaría la eternidad que el Señor puso en tu corazón (Eclesiastés 3:11)?

¿De dónde vendría tu socorro? (Salmo 121)

¿Con qué propósito te despertarías cada mañana? (Efesios 2:10)

Puedes tenerlo todo, pero sin la resurrección, ¿qué sentido tiene?

Puedes no poseer todo lo que quisieras en esta tierra, pero la realidad de la resurrección y la redención que Cristo te otorgó es tenerlo TODO.

La realidad de la muerte y resurrección de Jesús es lo que verdaderamente importa, todo lo demás es añadidura.

Cuando Pedro y Juan recibieron la noticia de que el cuerpo de Jesús no estaba, ambos fueron a ver. "Los dos iban corriendo juntos; pero Juan corrió más que Pedro y llegó primero al sepulcro. Se agachó a mirar, y vio allí las vendas, pero no entró. Detrás de él llegó Simón Pedro, y entró en el sepulcro...Entonces entró también Juan, y vio lo que había pasado, y creyó" (Juan 20:4-8)

Al principio Juan solo se agachó a mirar desde afuera, pero cuando entró y vio, él creyó. Algo se despertó en él, entendió, ató los cabos, todo cobró sentido. 

Creo que a veces nosotras le damos una mirada superficial y externa a esa tumba vacía, cuando en realidad es la que marca toda la diferencia, y le otorga significado y valor a nuestra existencia. 

Porque, “...lo cierto es que Cristo ha resucitado. Él es el primer fruto de la cosecha: ha sido el primero en resucitar. Así como por causa de un hombre vino la muerte, también por causa de un hombre viene la resurrección de los muertos. Y así como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos tendrán vida (1 Corintios 15:20-22)

Así que, en esas noches de crisis, corre al sepulcro, entra, ve con atención lo que allí sucedió y cree. Cuando recuerdes que en Jesús hasta la muerte tiene solución, todo se ordena y puedes descansar en Su soberanía. 

Cristo en nosotras hermanas, ¡nuestra esperanza de gloria! (Colosenses 1:27)

Que tengas un bendecido Viernes Santo



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