La sombrilla de la gracia

Hace unos días experimenté un profundo cansancio. No solo físico, sino también internamente, en el alma y espíritu. Me sentía sin energías para las tareas cotidianas, estaba cargada con emociones bastante negativas y el leer la Biblia u orar me resultaba indiferente. Estaba fría y hastiada. Y no encontraba la manera de salir de esa especie de letargo en el que me encontraba.

Todo lo que hacía representaba un desafío enorme. Y si algo me salía mal la frustración era exagerada.

Agotamiento, hartazgo, cansancio. Tres palabras que me definían en ese momento. No habría querido estar casada conmigo. Cada día admiro y valoro más a Pablo.

No era la primera vez que me sentía así este año. Pero sí fue la más intensa. Como si las veces anteriores (que fueron intermitentes) se hubieran ido acumulando y llegué a mi límite. 

Como no podía concentrarme como para tener un “tiempo devocional”, empecé a hablar con el Señor mientras limpiaba la casa. Lloraba y hacía el aseo al mismo tiempo. Era tragicómico. 

No pensaba mis frases, sencillamente le expresaba todo a Jesús tan sinceramente que si alguien me hubiera visto habría pensado que enloquecí y hablaba sola. Pero no estaba hablando sola, le estaba hablando a mi eterno camarada, al Espíritu Santo. Mi dulce, pero tan frecuentemente ignorado compañero.

Y pude percibir su respuesta. Y digo percibir porque no fue audible. Fue una verdad, un concepto que penetró mi corazón en ese momento. Algo que sabía pero había olvidado. La GRACIA de Dios.

En mi día a día, había omitido lo más esencial de mi vida. La gracia sustentadora de Cristo. “Separada de mí, nada puedes hacer, Alicia”.

Y pensé. Yo sé eso. Pero no lo vivo.

Normalmente todo lo que hago cada día, cada pensamiento analítico, en cada dificultad por resolver, para ser sincera, estoy más en mis fuerzas que descansando en la gracia divina disponible para mí. Es casi instintivo querer asumir el control, abrazar la situación como si todo dependiera de mí, hasta me siento irresponsable si no lo hago.

Y la realidad es que nuestra salvación fue por gracia, pero no se terminó allí. Toda nuestra vida debería estar bajo la sombrilla de la gracia, sin embargo frecuentemente elegimos tomar las riendas de cada situación con fuerzas propias que eventualmente se acaban. Si vivimos independientes de Dios, no estamos bajo su gracia aunque hagamos lo correcto, aunque leamos la Bibla una hora todos los días. Podemos hacer muchas cosas "religiosas" sin estar concientes de Su presencia y olvidando que Él ama estar involucrado en cada detalle de nuestras vidas. Recurrimos al Señor para "asuntos importantes", las pequeñas y numerosas decisiones diarias "van por nuestra cuenta". 

¿Sabes cuál fue el momento más “espiritual” que tuve en mucho tiempo? No fueron las ochenta prédicas que escuché en lo que va del año (por decir un número), no fue cada blog escrito, no fue durante la alabanza en la iglesia el domingo, no fue mi elocuente oración de cada noche antes de dormir o en la lectura bíblica que trato de hacer cada mañana; fue esa conversación cercana, personal y absolutamente honesta con el Espíritu Santo mientras limpiaba mi casa.

 ¿Y por qué tuvo tanto significado espiritual ese simple y casi “irreverente” momento? Porque acudí a la gracia de Dios. EL ABASTECIMIENTO DE LA GRACIA. 

¡Es tan sencillo pero a la vez tan antinatural para nosotras!

¿Dónde está ese abastecimiento de gracia Señor? 

Está en Su presencia. Está a tu lado, ahora mismo, en la presencia del Espíritu Santo que no se aparta de ti ni un segundo. Y va a estar contigo hasta el fin del mundo.

Ay...(suspiro)...si me hubiera puesto bajo la sombrilla de su gracia de manera constante cada día de este año, ¿cómo habría sido?...

Perseveremos en la gracia de Dios (Hechos 13:43). CREZCAMOS EN LA GRACIA Y EL CONOCIMIENTO DE NUESTRO SEÑOR Y SALVADOR JESUCRISTO (2 Pedro 3:18).

Habla con Él, entrégale tus cargas, pregúntale lo que quieras, llora con Él, ríe con Él, cuéntale tus sueños, pídele que te cuente Sus planes para ti, solicita Su dirección, ruégale, declárale tu amor, tus inquietudes, todo lo que necesites solo Él te lo puede dar.

No vivas como si estuvieras sola, como si todo dependiera de ti. Eso es estar bajo un yugo muy pesado.

Vive bajo la gracia divina disponible para ti en la dulce y todopoderosa persona del Espíritu Santo, tu fiel compañero para siempre.


Dios te bendiga


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